Carlos Fos dice...

Bahía Teatro, la celebración del teatro o el teatro celebrante
Carlos Fos
En sociedades en la que los rituales se han paganizado, ocultando su función sacra purificadora, el rescate de una escena celebrante es complejo y genera tensiones de múltiple naturaleza. No se trata de codificar movimientos o gestos en métodos de actuación vacíos. Y este rescate debe ser entendido como un complemento imprescindible para cuestionar posiciones estratificadas, basadas en lógicas de un teatro aburguesado. El desafío es contextualizar cada elemento recuperado, sopesando su fuerza en el universo mítico de la comunidad que lo genera. Así la energía vivificadora que posee lo genuino (calificación que se refiere a su pertinencia en el hoy o no a un criterio esencialista) es posible de ser proyectada en trabajos de hibridación escénica. Una escena repensada, crítica a los modelos impuestos por ideologías que pretenden limitar su potencia como circulante de la violencia benéfica. De lo contrario, repetiríamos esquemas complacientes con los mensajes dominantes, perpetradores de mediaciones entre los integrantes del entramado social, creadores de cuerpos dóciles. En estos esquemas, es la violencia tragédica la que encuentra cauce para su arrolladora marcha y se convierte en parámetro a copiar.
El hombre queda reducido a una servidumbre intelectual, despersonalizado, sin herramientas para construirse críticamente, desarticulado. Reinan comportamientos ilegítimos, con un doble discurso hegemónico, que cuestiona y penaliza el caos que propicia sutilmente. Estas conductas autodestructivas no pueden detenerse con meras exhortaciones “bienintencionadas”. Aislarlas en diques es inviable y cada uno de estos momentáneos cercos son parches que no disimulan una realidad en descomposición.
Las comunidades verán invertidos sus ejes de valores y serán asaltadas en sus estructuras para convertirlas en una suerte de superyó. Este superyó invadirá a cada individuo del colectivo y generará en ellos (por coerción o convencimiento) la imperiosa necesidad de ser funcional al nuevo orden, con un oscilante proceder entre la mansedumbre y la rebeldía superficial.
Nos encontramos, entonces, con una alarmante falsificación del espíritu de la fiesta, aquélla que reúne al conjunto de una comunidad en torno a sus miedos y expresiones atávicas. Quedan remedos de festividades, intentonas torpes por escapar de la sacralidad, porque lo sagrado siempre encuentra al hombre, no importa lo bien que haya borrado sus huellas. Y lo sagrado retornará bajo la forma de la violencia fundadora, que escapa aún al control del que cree que todo controla. Con estos mecanismos devastadores, la violencia no sólo hace trizas la malla social sino que se convierte en multiplicador de ese poder informe, superando su accionar los tiempos históricos y generando nuevos tiempos míticos. Es capaz de resistir los intentos inconscientes de las débiles estrategias esgrimidas para hallar una víctima propiciatoria en falta de fiesta. Esa violencia esencial que hace del hombre - como cazador - su propia presa, sigue demandando en un espiral trágico más cuerpos para devorar.
El teatro se convierte en una trinchera de resistencia ante las pretensiones de escamotear los cuerpos y fagocitar las fiestas. Se vuelve una expresión revulsiva que puede cuestionar los cimientos mismos de lo establecido. Así, emergen discursos escénicos genuinos atravesando las grietas, escurriéndose por los suburbios de lo establecido. Y lo hacen como respuesta a las múltiples caras del acto creador, posicionándose contra los designios de la tabla rasa globalizadora. El hombre es vuelto a ser tratado desde su dimensión más inmediata, su medida esencial: su cuerpo. En este territorio personal se libra una batalla, muchas veces desigual. En ella el individuo pelea por conservar esa condición, por no ser pulido en sus singularidades. Es una formidable e imperceptible cinchada, sin concesiones, en donde juegan un papel desequilibrante los encuentros personales. Son espacios de construcción de lo colectivo, sin violencia indeseada, sin repeticiones estereotipadas, sin ecos alienantes. Y ladrillo tras ladrillo, cementado por el vigor ritual, se erige el edificio de la tribu. Los puentes de los torsos presentes destruyen las prédicas de disolución en la masa, que ya no aparecen atractivas, que ya suenan a peligrosos cantos de sirena.
Es una formidable e imperceptible cinchada, sin concesiones, en donde juegan un papel desequilibrante los encuentros personales. Son espacios de construcción de lo colectivo, sin violencia indeseada, sin repeticiones estereotipadas, sin ecos alienantes. Y ladrillo tras ladrillo, cementado por el vigor ritual, se erige el edificio de la tribu. Los puentes de los torsos presentes destruyen las prédicas de disolución en la masa, que ya no aparecen atractivas, que ya suenan a peligrosos cantos de sirena. Sólo resta desandar la travesía hacia la fiesta original, sin pretender alcanzarla.
Por eso, cuando el espíritu festivo sobrevuela una propuesta estética es necesario destacarlo. Bahía Teatro se convirtió en un gran fogón, espacio de encuentro genuino de los cuerpos, donde el arte se extendió más allá del escenario. Con una partitura amplia que ofreció desde espectáculos de varieté hasta magistrales demostraciones de la técnica de improvisación, este Festival es parte del patrimonio intangible de la zona, inseparable de las manifestaciones locales y regionales que amplifica. En un país con una estructura centralista, donde todo parece pasar por Buenos Aires, la vitalidad de otras formas de producción teatral ya han ganado visibilidad a fuerza de calidad y trabajo. Un teatro que se nutre de sus colectivos, del imaginario de los mismos y que entiende que la respuesta es aferrar a la comunidad de la cual nace y se nutre y la que le da sentido a su existencia.
De la memoria de otras comunidades nos habló el maestro mendocino Ernesto Suárez, así como un espectáculo de Tandil recuperaba el discurso del inmigrante, quebrado en sus identidades, partido entre el universo mítico de una tierra que se deja y el de otra que recepta con cierta hostilidad. Enlazados, se presentan la inquietante belleza poética del grupo La Vorágine de Tucumán, el exquisito convivio celebratorio en torno a la comida de La Rueda de los Deseos de Mendoza y esas criaturas abandonadas de ser, encarnadas por las actrices riojanas. Y los artistas bahienses, mostrándonos un rico y diverso campo escénico, que requiere de una crítica desde miradas multidisciplinarias por su complejidad.
Hemos sido partícipes de un, teatro con ecos festivos, en las fronteras de los rituales del encuentro, coexistiendo y recorriendo los metros iniciales de una ruta de límites desconocidos.
La experiencia teatral o creativa es por esencia búsqueda y tiene el privilegio de no estar terminada, sino de estar más centrada en provocar el estímulo necesario para que cada uno que la viva le vaya dando su propio aspecto de expansión y elasticidad en el tiempo y en el espacio, y la incorpore más conscientemente a su vida. Cuando todavía resuenan los ecos de Bahía Teatro, nuestros cuerpos son llamados a un aporte comprometido para colaborar en la comprensión cabal de la reunión cuasi religiosa que nos entregó vida.